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¿Dejar de congregarme para estar cerca de Dios?

Dejar de congregarnos: Yo oro en casa, yo escucho predicaciones en casa...es muy difícil no estar sesgado por nuestras preferencias cuando escuchamos predicas en nuestra casa, porque por lo general escuchamos lo que nos gusta y el que nos gusta. Pero esa predicación que viene al corazón pero que viene a incomodarte y mover tus cimientos para llevarte a una experiencia con Dios, no la escuchas. Además de que dejas de vivir un evangelio relacional con aquellos creyentes que, aunque no son perfectos, están también en el campo de batalla luchando, peleando la buena batalla de la fe y apoyándose los unos a los otros y agarrados de las manos, dispuestos a vencer. Dios nos hizo para que tuviéramos una vida de comunidad y esa vida congregacional es necesaria para nuestro crecimiento.



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La Palabra de Dios es clara cuando nos habla que es necesario el que nos congreguemos. Y al parecer la problemática no es solo hoy día si no que en la carta de los hebreos pecaban del mismo problema, algunos tenían como por costumbre, no congregarse.



Hebreos 10:24-25 – “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.”

Poder estar juntos y unánimes como congregación es una bendición para nuestras vidas, mucho más de lo que creemos. Primeramente, cuando practicamos el congregarnos crecemos en distintas áreas como seres humanos y mejores cristianos. Nos desenvolvemos en un ambiente donde Dios a través de su palabra a prometido estar con nosotros si estamos en su nombre.


Mateo 18:20 – “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”


Aprendemos los unos de los otros, nuestra fe aumenta cuando otros testifican las grandezas que Dios hace en sus vidas. No estamos solos cuando enfrentamos momentos de prueba, la familia de la fe se vuelve muchas veces la única familia que tenemos. Claro, esto trae que también lloremos con los que lloran, pero gozaremos con los que se gozan. La vida congregacional nos enseña a amar, a perdonar, a dejar a un lado odio, rencor y todo sentimiento contrario a lo que la palabra de Dios nos enseña.


La vida cristiana sin congregarse es como dejar al pez fuera del agua, la muerte no será instantánea, pero será inminente. No fuimos hechos para ser islas, si no archipiélagos. Mucho menos fuimos hechos para ser cristianos solitarios, si no una gran familia de la fe. Para apoyarnos, para crecer, para ser discipulados. El no congregarnos nos puede llevar al peligro de "ser sabios en nuestra propia opinión". Si no hay tiempo de congregarse, estamos a la merced de los vientos de la prueba. Claro que tenemos una responsabilidad espiritual e individual con nuestra salvación, y que congregarse no nos asegura salvación, pero no congregarse nos pone en peligro de estar lejos de Dios, congregarse sí nos pone en la rueda del alfarero y junto a nuestra fe y disposición de ser discípulos, nos lleva a caminar en el propósito perfecto de Dios.


Congregarse = vida cristiana = crecimiento

Cuando entendemos la importancia de congregarnos, entenderemos que el ambiente eclesial y de familia es el saludable para adentrarnos en una vida, aunque llena de retos, llena de muchas más bendiciones y experiencias que nos harán crecer y madurar en el evangelio y nos preparará para en el futuro no dejar de ser discípulos, pero también ser maestros para aquellas nuevas generaciones que serán insertadas en el cuerpo de Cristo a través de la enseñanza y predicación del evangelio.





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